El hombre que nos contó sobre Chiribiquete
Posted on agosto, 13 2018
En 1987, Carlos Castaño Uribe vio por primera vez la Serranía del Chiribiquete y, dos años más tarde, lo convirtió en un Parque Nacional Natural.
En 1987, Carlos Castaño Uribe vio por primera vez la Serranía del Chiribiquete y, dos años más tarde, lo convirtió en un Parque Nacional Natural. Como director de una de las instituciones de conservación más importantes del país, dirigió tres expediciones que permitieron explorar este tesoro escondido en la Amazonia colombiana, hoy catalogado como Patrimonio Mixto de la Humanidad.Por: Andrea Maussa
El valor de Chiribiquete solo se puede comprender a partir de las voces de sus estudiosos: antropólogos, científicos y exploradores que han llegado a este majestuoso territorio para intentar entender su existencia misma, y que han trabajado incansablemente, cada uno desde su oficio, para protegerlo. Sin embargo, los secretos que esconden las majestuosas formaciones rocosas que se alzan en el corazón de la Amazonia, los tepuyes de Chiribiquete, ubicados entre los departamentos de Guaviare y Caquetá y atravesados exactamente en la mitad por la línea del Ecuador, nunca serán escrudiñados en su totalidad.
De sus verdaderos guardianes, que son las comunidades indígenas ancestrales que lo han habitado durante siglos, se sabe que algunas permanecen allí, silenciosas, en medio de la selva, sin curiosidad alguna por tener contacto con lo que llamamos –con mucha inocencia– “civilización”. Caso muy opuesto a lo que Chiribiquete probablemente suscita en cada una de las personas que han escuchado hablar de esta serranía, convertida recientemente en uno de los Parques Nacionales Naturales de selva húmeda tropical más grandes del mundo.
© Carlos Castaño Uribe
El explorador
Carlos Castaño Uribe, antropólogo de la Universidad de Los Andes, Magister en Educación Ambiental y PhD en Antropología Americana de la Universidad Complutense de Madrid, es hoy director científico de la Fundación Herencia Ambiental Caribe. 30 años después de una de las aventuras más grandes de su vida, sentado en una mesa para esta entrevista en Bogotá, a 942 kilómetros de su familia y de su casa en Santa Marta, revela una pasión contenida en cada una de sus frases. Fue él quien en 1987 descubrió –entre comillas, como siempre lo manifiesta– Chiribiquete, y es uno de sus más juiciosos conocedores.
Como director de Parques Nacionales Naturales de Colombia, cargo que ocupó durante 10 años, lo declaró como área protegida y ahora es él quien, desde un lugar más mediático, quiere mostrar a los colombianos por qué la mejor manera de proteger este tesoro es mantenerlo fuera de la lista de lugares por conocer. Después de todo, dice, “siempre ha estado resguardado por una casta de guerreros”.
Antes de que Carlos se encontrara con estas mesetas, los relatos del etnobotánico estadounidense Richard Evans Schultes y su viaje por el río Apaporis eran ya bastante conocidos. Schultes mencionaba a los Karijonas, sus rituales y su sabiduría, su conocimiento sobre plantas y por supuesto, su imponente territorio: los majestuosos tepuyes que el científico nunca pudo conocer.
“Sabíamos también de conquistadores que estuvieron muy próximos y con todo el deseo de llegar a Chiribiquete, varios expedicionarios trataron de hacerlo porque pensaban que este era el verdadero Dorado. Y en el intento se encontraron con comunidades muy aguerridas”, cuenta Carlos. Los Karijona o los hombres jaguar, la tribu de la que hablaba el profesor Schultes, es precisamente una de las últimas tribus que resguardó el parque durante siglos.
Como lo cuenta el antropólogo en su fascinante charla ‘Descubriendo el centro del mundo’, “Las crónicas del siglo XVI Y XVII hablan de 45.000 indígenas en la periferia. Este fue un sitio sagrado, de pensamiento ampliamente protegido. Hoy, los indígenas Karijona no existen: desaparecieron debido a toda la actividad cauchera que desde finales del siglo ante pasado y comienzos del pasado se asienta en el corazón de la Amazonia colombiana (…). Prácticamente fueron extinguidos, hoy nos quedan 20 o 25 familias en toda la Amazonia de estas antiguas comunidades que tuvieron la responsabilidad de resguardar Chiribiquete”.
Redescubriendo un territorio
Fue en un viaje entre San José del Guaviare y Araracuara para llegar al Parque Nacional Amacayacu, ubicado en el Trapecio Amazónico, y detectar parches de deforestación cuando Carlos lo vio por primera vez. “Empezamos a ver un gran cúmulo de nubes que se estaba formando y una tormenta empezó a crecer. La única posibilidad era regresar o dar la vuelta. Nos fuimos más hacia al sur y eso permitió que pudiera divisar una formación de la que no tenía idea. Estábamos perdidos, y yo le decía al piloto ¿cómo es posible que no tengamos idea de qué es semejante montañón que veíamos al frente? A medida que iba tratando de reconocer este terreno absolutamente diferente, quedaba cada vez más perplejo”, cuenta.
© Carlos Castaño Uribe
120 minutos de sobrevuelo fueron suficientes para despertar su obsesión de explorador. Regresó a los dos días de ese primer avistamiento para recorrer la zona. Carlos estaba seguro de que debía proteger Chiribiquete y finalmente en 1989 logró convertirlo en el Parque Nacional Natural (PNN) más grande del país, con casi 1,3 millones de hectáreas. El siguiente paso era conseguir los recursos para adentrarse en la selva, investigar y reseñar un territorio absolutamente desconocido. Dos años más tarde, gracias a un convenio de cooperación con el Jardín Botánico de Madrid, se realizó la primera expedición.
A lo largo de 1991, Carlos y un equipo de 25 personas, entre los que se encontraba Thomas Van der Hammen, aterrizaron en Chiribiquete en tres ocasiones. Cada viaje significaba dos o tres meses de trabajo intenso para encontrar la riqueza de la serranía, un gran despliegue de logística y recursos que consistía en montar campamentos, abrir helipuertos y tener un helicóptero disponible 24 horas. Una aventura que para la época se calcula en 150 millones de pesos por recorrido. En ese momento, el biólogo Patricio Von Hildebrand decidió emprender su propia travesía y explorar el parque desde su punto más difícil: atravesando la frontera sur de Chiribiquete, el río Mesay. Fue Von Hildebrand quien descubrió el famoso Estadio en 1993.
Un recorrido por el río Ajaju le permitió descubrir el valioso arte rupestre de ‘La casa del Jaguar’, como es conocido Chiribiquete para algunas comunidades indígenas. Al principio fue una mancha roja lo que llamó su atención. Después de escalar un tepuy, la mancha se convirtió en un mural de 200 metros de largo y 5 de ancho con impresionantes figuras de dos grandes felinos. Carlos lo bautizó como ‘el abrigo rocoso de los jaguares’. El tesoro arqueológico que alberga este parque le permitió al ex director de Parques Nacionales llegar a dos conclusiones interesantes. La primera es que los murales siguen siendo alimentados con nuevos pictogramas. La segunda, es que –y en esto coinciden Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha y Patricio Von Hildebrand–, al parecer, Chiribiquete sigue siendo refugio para comunidades indígenas que no desean ser contactadas.
© Cortesía Revista Caras / Leonardo Reina
Es paradójico: durante muchos años, Chiribiquete fue un universo desconocido para una gran parte de Colombia. Y sin embargo, durante siglos fue hogar de complejas culturas ancestrales y escenario para las más inimaginables travesías de exploradores, para la guerra y sus devastadores efectos, así como para el desarrollo del narcotráfico. Hoy, cuando el parque se ve enfrentado a fuertes amenazas como el acaparamiento de tierras y la deforestación, el llamado de Carlos Castaño Uribe y de otros científicos no es más que el eco de los pueblos que, durante siglos, lo han protegido: pase lo que pase, nunca se puede olvidar que Chiribiquete es uno de nuestros más grandes y trascendentales refugios de biodiversidad, con sus majestuosos ríos, antiguas formaciones geológicas, saberes y dinámicas ecosistemas que trasgreden la lógica occidental y que vale la pena, con todas las fuerzas, conservar.
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